miércoles, 16 de octubre de 2013

Resumen: "Los barbaros" de Alejandro Baricco.

                              



Fútbol 1: Se ha perdido el verdadero espíritu del asunto, su rasgo más noble, digamos: el alma. La nostalgia por el fútbol de antaño es nostalgia por las cosas diferentes. Una catástrofe de este tipo suele remontarse a un fenómeno muy preciso: La llegada de la televisión digital, la ampliación de los mercados y la circulación de dinero.  Con la complicidad de una determinada innovación tecnológica, un grupo humano esencialmente alineado con el modelo cultural del Imperio accede a un gesto que le estaba vedado, lo lleva de forma instintiva a una espectacularidad más inmediata y a un universo lingüístico moderno, y consigue así darle un éxito comercial asombroso
los bárbaros, preferentemente, van a golpear la sacralidad de los gestos que agreden, sustituyéndola con un consumo más laico en apariencia. Diría así: desmontan el tótem y lo diseminan por el campo de la experiencia, dispersando su sacralidad (el partido del domingo, que esta todos los días, por ejemplo).

Fútbol 2: la idea de espectacularidad que el fútbol ha elegido en estos últimos anos, más o menos desde que se percibió cierta mutación bárbara, ¿cómo es posible que hayan llegado al absurdo de eliminar precisamente el aspecto más espectacular de ese juego, es decir, el talento individual, o incluso la marca del artista, esto es, el número 10? El fútbol moderno parece haberse obstinado en romper esta parcelación de sentido, creando un único acontecimiento en el que todos participan, constantemente. Si queréis acercaros al corazón de la lógica bárbara, aferraos a esta idea: fútbol total. Cuando los barbaros piensan en la espectacularidad, piensan en un juego rápido. Se sentencia que: un sistema está vivo cuando el sentido se encuentra presente en todas partes, y de manera dinámica: sí el sentido está localizado, e inmóvil, el sistema muere.

Libros 1: La idea de que el mundo de los libros actualmente se encuentra asediado por los bárbaros está tan difundida hoy en día que se ha vuelto casi un tópico. En su versión más extendida, yo diría que se apoya sobre dos pilares: 1) la gente ya no lee; 2) quien hace libros sólo piensa en el beneficio y lo obtiene. El aumento de de las ventas y un claro predominio de la lógica mercantil son típicas de las invasiones bárbaras.  ¿Qué clase de mundo ha sido generado por una mutación de ese tipo? ¿es verdad que el énfasis mercantil mata el rasgo más noble y elevado de los gestos a los que se aplica? Me gustaría que intentarais plantearlo así: el énfasis comercial, antes de ser una causa, es un efecto: es la secreción casi automática de un gesto en un campo que se ha abierto de paren par y de manera repentina. Primero hay un hundimiento del terreno de juego; luego, la conquista de ese nuevo espacio: y el bussines es el motor de esa conquista. La industria editorial se acostumbró a habitar en un campo tan abierto. A partir de ese momento, ya no volvió a detenerse: se ha dejado invadir por cada sucesiva oleada de público nuevo.

Libros 2: Creo que lo primero que puedo decir es que los bárbaros no han barrido la civilización del libro que encontraron. Ni las grandes superficies, ni el cinismo de las editoriales y de las distribuidoras han conseguido minarla. Yo tengo mi propia idea. La clara está hecha de libros que no son libros. La mayoría de quienes compran libros actualmente no son lectores. En este sentido, si queremos comprender a los bárbaros, lo que deberíamos hacer es comprender la clara: es el campo en el que se han asentado, sin molestar en exceso a la yema. ¿Nos apetece intentar comprender de qué está hecha? los bárbaros tienden a leer únicamente los libros cuyas instrucciones de uso se hallan en lugares que NO son libros.

Libros 3: Más o menos lo que yo quería decir es esto: los bárbaros no destruyen la ciudadela de la calidad literaria (la yema del huevo, la hemos llamado), pero es indudable que la han contagiado. Algo de su concepción del libro ha llegado hasta ahí.
De repente, la palabra escrita desplazaba su centro de gravedad desde la voz que la pronunciaba hasta el oído que la escuchaba. Por decirlo de algún modo, volvía a salir a la superficie, e iba en busca del tránsito del mundo: a costa de perder, al despedirse de sus raíces, todo su valor.

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